Dos chamacos hacen historia y obligan a la policía a pedir perdón

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La trabajadora social Rachel Hiskes y Omar Silva a la salida del Tribunal Federal.

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La trabajadora social Rachel Hiskes y Omar Silva a la salida del Tribunal Federal.

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La trabajadora social Rachel Hiskes y Omar Silva a la salida del Tribunal Federal.

“Hoy cuando vi y me crucé con el oficial José Ortiz, que fue el que me empujó por las escalinatas, se me paró el corazón porque ese hombre no creo que tenga algo de arrepentimiento.”  (Rachel Hiskes)

“Al principio sentía repugnancia cuando veía a los agentes de la policía… veía a la policía con repugnancia y me duró bastante tiempo y no es nada personal con ellos porque mis dos abuelos fueron policías.” (Omar Silva)

Estas fueron expresiones de las dos personas, Rachel Hiskes, estudiante graduada de la Universidad de Puerto Rico y Omar Silva, guitarrista del grupo musical Cultura Profética, quienes por seis años han litigado contra la policía por hechos ocurridos el 30 de junio del 2010 en el capitolio. Yo, por mi trabajo como periodista de un noticiario televisado en ese momento, fui testigo presencial de los hechos de violencia que se vivieron ese día dentro y en los alrededores de la casa de las leyes.  Vi los excesos e imprudencias que se cometieron allí. Los estudiantes universitarios venían enfrentando al gobierno de Luis Fortuño que amenazaba y ponía en ejecución un alza en el costo de la matrícula en la Universidad de Puerto Rico.

Pero el asunto del 30 de junio iba más allá de la simple protesta antigubernamental. Revestía una importancia transcendental aunque algunos quisieran restársela o minimizarla. Los legisladores discutirían cosas tan importantes como el presupuesto del país y los fondos para la educación pública superior, pero el presidente del senado, Thomas Rivera Schatz, partidario de que Puerto Rico sea el estado 51 de lo que él denomina la mayor democracia del mundo, amenazó que lo harían a puertas cerradas, lo que provocó el disgusto de los que querían ser testigos de las modificaciones para el ingreso a la universidad pública.

Pues, pasó. Se cerraron las puertas del Capitolio a los que querían ver con sus propios ojos lo que se pretendía legislar a oscuras. Así, torpemente y convencidos de ser dueños del poder, empezó el pandemónium provocado por algunas mentes afiebradas, mientras la Unidad de Operaciones Tácticas, conocida como la Fuerza de Choque, permanecía escondida en el interior del edificio del Capitolio. Esto no es cuento de camino; como parte de mi trabajo fui testigo de eso.

La mecha se encendió en la puerta de entrada cuando se les negó el acceso a varios estudiantes y media docena de adultos que aducían ser periodistas de medios alternativos y exigían su paso al interior del edificio. Ante la negativa de los llamados ujieres, el grupo decidió protestar haciendo un “sit-in”. Allí aparecieron los primeros efectivos de la Fuerza de Choque, quienes oficiaron de muralla para impedir el paso a los ciudadanos. El que encendió la primera mecha al inicio de la violencia –que terminó con una batalla campal dentro y fuera del edificio– fue un funcionario del Capitolio de traje y corbata que intentando ocultarse, por entre medio de las piernas de los policías regó con gas pimienta los rostros de los manifestantes que se habían sentado en el piso. Esto lo tengo muy claro porque fui el primero que se lo cuestionó. Recuerdo que le dije:

“¿Señor, que usted está haciendo?”

El tipo, nada respondió, retirándose algo avergonzado al haber sido descubierto. Allí estaba Rachel Hiskes.

Esa provocación desató los gritos, insultos, golpes, macanazos y la acción de la Fuerza de Choque, la cual tiró, literalmente, a todos los manifestantes escaleras abajo, batalla que se amplió con los cientos que se concentraban fuera del Capitolio. Claro en los visuales se aprecia la “agresión” de defensa de la joven Hiskes que le arroja una botella de plástico casi vacía al agente que ya le había propinado un par de macanazos. Después de eso, ya no era gas pimienta lo que enrarecía el aire. La policía arrojó, disparadas, las latas de gas lacrimógeno. Así es que una de esas latas tiene como destino la frente del guitarrista de Cultura Profética, Omar Silva,  quien resultó con heridas más o menos importantes en su cabeza.

Por estos hechos es que Omar Silva, hoy, seis años después, asegura que fue al tribunal convencido de que

“La razón principal para esta acción legal fue porque fue muy impactante, intensa e injusta la tarde de ese día nefasto y que estaban dispuestos a llevar este caso hasta las últimas consecuencias”.

Por su parte, Rachel Hiskes, con un dejo de emoción que intentaba contener, dijo tener:

“Emociones encontradas y que ese 30 de junio representa una herida abierta al país. Cientos de personas salieron más heridas que yo. Hoy es un día para que eso se castigue y no siga pasando con tanta impunidad. El 30 de junio me quitó la tranquilidad. Para mí ver un uniforme, ver un policía, era querer esconderme”.

Hoy entonces, en el tribunal federal, se le puso punto  final a este pleito cuando el juicio estaba por empezar. La magistrada Silvia Carreño informó en sala que se había evitado el juicio porque las partes llegaron a un acuerdo que permanecerá sellado porque es confidencial. Ustedes ya saben lo que eso significa. En principio, que la defensa de la policía y el Departamento de Justicia local, aunque nunca lo digan, evaluaron la prueba y determinaron, “estamos chavaos. Este caso lo tenemos perdido así que mejor transemos”. Pero este punto con ser importante aún alojaba un “twist” trascendente: los acusados, a través de su defensa legal, tuvieron que hacer en corte abierta una declaración, que en mi barrio se llama “golpes de pecho admitiendo que se les fue la guagua aquel día que dieron palos y gas a diestra y siniestra y que eso no se hace”.

La secretaria auxiliar de litigios civiles del Departamento de Justicia de Puerto Rico, Lcda. Marta Eliza González, dijo en inglés en el estrado  y después repitió en español a la prensa fuera de sala:

“Llegamos a un acuerdo confidencial que termina con el caso en el que Rachel Hiskes y Omar Silva, dos de los ciudadanos que participaron ejerciendo su derecho a la libre expresión y a la reunión pacífica en el Capitolio el 30 de junio del 2010 (sic) [terminaron agredidos por el uso excesivo de la fuerza policial]. Muchos grupos de derechos civiles y organizaciones mencionaron que los eventos del día 30 eran evidencia de la necesidad de una reforma para la policía. En esa misma línea, los eventos de ese día, crearon los fundamentos y la base para el acuerdo de la reforma de la Policía de Puerto Rico. Desde entonces la reforma de la policía ha incluido protocolos nuevos en cómo se va a ejercer la fuerza y la protección de los derechos civiles de los ciudadanos y además, incluye que los policías estén correctamente identificados con nombre y número”.

Oigan, no me digan que eso no es algo histórico y trascendente, pero como no tuvo la espectacularidad “necesaria e imprescindible” no mereció la atención de los medios audiovisuales, entiéndase la televisión y más específicamente, los noticiarios televisivos. Ninguno de ellos, tampoco las radio-noticias, llegaron al federal; estaban muy ocupados acompañando al convicto exsenador PNP, Jorge de Castro Font a su hogar donde terminará de cumplir su condena en un enroque de domicilio por cárcel.

Ah, pero allí tampoco llegó el expresidente del senado y actual senador Thomas Rivera Schatz quien fue el que provocó todo este “arroz con pollo” cuando gritó:

“Legislaremos a puertas cerradas y no dejen entrar a nadie al capitolio”.

También se extrañó a Luis Fortuño, que era el gobernador de Puerto Rico y no era ajeno a todos esos movimientos. Otro que no se atrevió a dejarse ver por el tribunal federal fue el excoronel José A. Rosa Carrasquillo, quien un par de semanas antes del incidente relatado, le había propinado una “patá’ en los huevos” a otro estudiante que estaba en el piso en el recibidor del Hotel Sheraton.

El que sí llegó, estuvo presente y escuchó, en silencio, el mea culpa dado en sala, fue el exsuperintendente de la policía bajo la administración Fortuño, el también exagente del FBI, José Figueroa Sancha, quien salió de sala como alma que se lleva el diablo, sin dar declaraciones a la prensa. Es más, al pasar a mi lado, tuvo como un gesto de indecisión si saludarme o no. Finalmente, contrajo su rostro, esbozó una leve sonrisa y movió sus ojillos en señal de saludo aunque no estoy muy seguro que me haya reconocido. Yo, ya hace más de un año que no aparezco en la cajita cuadrada que hay en todos los hogares de este país y hay algunos que aún sostienen, que el que no aparece en televisión, no existe.

Este texto fue publicado originalmente el 10 de febrero de 2016 en http://www.carlosweber.net/

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