Puertorriqueños en Chicago: se repiten las historias de lucha y sobrevivencia

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Puertorriqueños en Logan Square, una de las comunidades de la diáspora en Chicago.

Foto por als pictures | VisualHunt

Las 10 botellas de licor vacías son del color de las algas y el fango. Alguna vez fueron basura en las calles del vecindario de East Garfield Park en Chicago. Pero ahora, limpias y resplandecientes, están en exhibición a unas 2,000 millas de distancia en el Museo de Arte de Puerto Rico, parte de una obra de la artista Edra Soto.

Conchas marinas hechas de yeso rodean las bases de las botellas, recordando las playas arenosas de Puerto Rico, donde ella creció. Como si formara un altar, esta ecléctica combinación de objetos marca el tránsito de la artista desde la isla hasta la Ciudad de los Vientos, y su conexión continua con ambos lugares.

El trabajo de Soto forma parte de la exhibición “Repatriación” que destaca a artistas puertorriqueños radicados en Chicago. Hace 20 años Soto vino a Chicago a la escuela graduada del School of the Art Institute y no ha regresado a vivir a Puerto Rico, donde aún vive su madre.

“Mi familia está aquí y mi vida está aquí”, dice la artista sobre Chicago. “Así que no me puedo ir. Pero eso es muy difícil para mi”. Uno de sus trabajos recientes en Chicago explora esta fragmentación de su identidad a través de imágenes de rejas y quiebrasoles.

Foto por Camille Erickson

La artista puertorriqueña Edra Soto

La exhibición del MAPR es coauspiciada por el Museo Nacional de Arte y Cultura Puertorriqueña de Chicago, una de muchas organizaciones boricuas en esta ciudad, que sirven de anfitriones en eventos culturales, proveen servicios sociales y participan en asuntos políticos relacionados a la Isla y a la diáspora puertorriqueña. Ese trabajo se ha tornado más crucial a partir de la crisis de la deuda de la Isla y los efectos de los huracanes Irma y María, que han causado un aumento en la emigración hacia EE. UU.

Los puertorriqueños en Chicago y en otras ciudades de los Estados Unidos tienen índices más altos de ingreso y empleo, así como menores tasas de pobreza que los de la Isla, según números del Censo federal y el Hunter College, los cuales fueron analizados por el Centro de Periodismo Investigativo (CPI) y Northwestern University.

Los puertorriqueños en Chicago además, tienen índices de ingreso y empleo más altos y menores tasas de pobreza que los puertorriqueños en el resto de los Estados Unidos.

Pero vivir en una ciudad como Chicago – que tiene escasez de vivienda asequible, escuelas públicas en problemas, una infame segregación e inviernos terribles – presenta nuevos retos para aquellos que vienen de la Isla. Los puertorriqueños en Chicago son menos propensos a conseguir empleos que personas nacidas en Chicago, y la mediana del ingreso del hogar para puertorriqueños recién llegados es menor que el de las personas nacidas en Chicago.

En la mayoría de los indicadores, los puertorriqueños en Chicago resultaron similares a aquellos en la zona metropolitana de Orlando y en la ciudad de Nueva York, pero la tasa de pobreza en Nueva York es mucho más alta y el índice de titularidad de propiedades más bajo, probablemente porque la vivienda citadina es aún menos asequible en Nueva York que en Chicago.

Las luchas que enfrentan los puertorriqueños que recientemente han llegado a Chicago no son nuevas para la comunidad de la diáspora, que por más de 50 años han enfrentado obstáculos y disparidades en la llamada Ciudad de los Vientos. Y año y medio después de los huracanes los puertorriqueños residentes en Chicago y las instituciones comunitarias todavía están ayudando a los últimos que llegaron después de Irma y María para que rehagan sus vidas y contribuyan – a corto o largo plazo – al futuro de la ciudad.

Una historia de resistencia

Chicago es el hogar de una de las comunidades de puertorriqueños más grandes y organizadas en los Estados Unidos. Con casi 97,000 residentes puertorriqueños, es más pequeña que la de Nueva York, Filadelfia y Orlando. En la ola de migración a los Estados, que siguió al huracán María, Illinois fue el décimo destino más popular, de acuerdo con un estudio del 2018.

Chicago tiene una presencia cultural y política significativa y una profunda historia que puede trazarse hasta la transformación de Puerto Rico a mitad del siglo 20.

En los años cincuenta, unos 450,000 puertorriqueños salieron de la Isla huyendo del desempleo y como resultado de los esfuerzos de industrialización de la Operación manos a la obra. Además, iniciaron programas que incentivaban el mudarse a los Estados. Muchos se fueron a Chicago, que entonces era un centro de empleos en fábricas, industrias y servicios. Para los años sesenta, ya Chicago era el hogar de más de 32,000 puertorriqueños.

Ahí los puertorriqueños encontraron una ciudad racialmente segregada, plagada con los mismos problemas sociales de los cuales habían huido. Igual a otras minorías, los puertorriqueños enfrentaron pobres condiciones de vivienda, brutalidad policiaca, educación desigual, cuidado de salud ineficaz, condiciones de trabajo inhumanas y otros problemas sociales. El racismo sistemático en Chicago unido a los movimientos estadounidenses de derechos humanos de los años 60 llevó a los puertorriqueños a organizarse políticamente. Por tener la ciudadanía americana, los puertorriqueños que se mudaron a Chicago podían votar en las elecciones y, de esa forma, ejercer una fuerza política que desde Puerto Rico no tenían.

Un momento crucial en la historia de la comunidad ocurrió el 12 de junio de 1966, después de la primera Parada Puertorriqueña de Chicago, cuando un oficial de la policía de la ciudad le disparó en una pierna al puertorriqueño Aracelis Cruz. El incidente provocó la indignación de la comunidad y causó un levantamiento en el vecindario de West Town en Chicago, que se extendió durante tres días. Esto, a su vez, llevó a la creación de importantes organizaciones comunitarias como el Puerto Rican Cultural Center y los Young Lords Organization, quienes pasaron de ser una ganga callejera de puertorriqueños a un grupo de base por los derechos civiles, moldeada al estilo de los Black Panthers.

Ralph Cintrón es un profesor asociado de estudios latinos y latinoamericanos en la Universidad de Illinois en Chicago, donde ha estudiado a la comunidad puertorriqueña. Cintrón dice que desde finales de los años sesenta, la comunidad puertorriqueña de Chicago se ha “organizado tremendamente”.

“La fuerza organizativa viene del liderato puertorriqueño de la ciudad, que está muy orientado hacia una especie de renacer cultural, una afirmación cultural, independencia política para la Isla, y así por el estilo”, dijo.

Cintrón describe la organización de la comunidad puertorriqueña en Chicago como “excepcional”. Dice que el liderato del Puerto Rican Cultural Center unido a varias instituciones de servicio social y de agencias de vivienda asequible han creado “una concentración de esfuerzo y devoción hacia la propia comunidad que es completamente inusual, especial. No se parece a nada que hayas visto en Nueva York, Miami, Orlando” o en ningún otro sitio en el país.

De acuerdo a Cintrón, los puertorriqueños de Chicago lograron su forma tan excepcional de organización debido a que comparten una misma visión de mundo en cuanto a la independencia de Puerto Rico.

“Los puertorriqueños de Nueva York, históricamente han sido muy disímiles en términos de sus orientaciones políticas”, dice. “Pero Chicago ha estado muy específica e ideológicamente orientada hacia el movimiento independentista y hacia ciertos programas de justicia social, tanto locales como en la Isla”. Los puertorriqueños en Chicago han tenido sus propias experiencias con la marginación y el desplazamiento de las comunidades y, por muchos años, han sido muy articulados en su análisis del régimen colonial de Estados Unidos sobre Puerto Rico, dijo Cintrón, quien asegura que ese sentimiento incluye el manejo de la reciente crisis financiera y el huracán María.

“Si uno añade a todo esto el hecho de que la comunidad puertorriqueña es más pequeña en Chicago y no está tan dispersa como en la costa este, entonces se entiende la concentración del activismo político durante tanto tiempo”, dijo.

Para finales del siglo 20 y después de haber sido obligados a salir de varios otros vecindarios por causa de una renovación y desarrollo urbano, los puertorriqueños se organizaron mayormente en el vecindario de Humboldt Park, en el lado oeste, determinados a preservar su comunidad. Aunque los puertorriqueños viven en toda la ciudad y los suburbios circundantes, Humboldt Park se mantiene como el centro cultural y simbólico de los puertorriqueños en la región del medio oeste estadounidense. Negocios, artes, centros comunitarios, organizaciones sin fines de lucro, escuelas, música y banderas puertorriqueñas, todo esto está presente en el vecindario, especialmente en el sector de la calle Division conocido como Paseo Boricua.

Foto por Michelle Kaanar

Paseo Boricua en Humboldt Park

En años recientes, la comunidad ha sido instrumental en mantener en el radar de los administradores de la ciudad a la comunidad puertorriqueña y sus reclamos. Chicago fue instrumental en lograr la liberación de los prisioneros políticos pertenecientes a las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), la mayoría de los cuales provenían del mismo vecindario. Las sentencias de los primeros 12 fueron conmutadas por el Presidente Clinton en 1999 y luego Oscar López fue indultado por el Presidente Obama en 2017. Cintrón apunta a la organización ocurrida alrededor del caso de López, en particular, como emblemático en cuanto al tipo de poder que los activistas en Chicago han ejercido en servicio de la causa.

Chicago también fue un bastión de apoyo al movimiento que puso fin al bombardeo militar en Vieques. Y buena parte de la comunidad puertorriqueña también ha establecido fuertes vínculos y se ha convertido en parte del Partido Demócrata en Chicago, incluyendo al excongresista Luis Gutiérrez, al ex asambleísta de la ciudad Billy Ocasio – quien organizó la exhibición Repatriación – y otros numerosos oficiales electos locamente.

La comunidad de puertorriqueños en Chicago también se ha convertido en un sólido recurso para boricuas impactados por la crisis de la deuda y, más recientemente, por los huracanes Irma y María.

Un éxodo y una afluencia

El 25 de septiembre de 2017, un avión de carga de la compañía United lleno de suministros de emergencia aterrizó en San Juan procedente de Chicago. Fue el primer vuelo privado de ayuda que llegó a la Isla después del huracán María; regresó a Chicago ese mismo día con 300 pasajeros que se habían quedado varados en la Isla. En los próximos meses, otros vuelos cargados de suministros fueron enviados desde Chicago a Puerto Rico.

Esos vuelos fueron una de las múltiples formas en que los puertorriqueños de Chicago contribuyeron – con la ayuda inmediata y en la reconstrucción a largo plazo – después de los huracanes Irma y María. Entre otras cosas, la organización Puerto Rican Agenda ha otorgado micro-donativos de algunos miles de dólares cada uno, a 40 municipios distintos. El Puerto Rican Cultural Center ha otorgado donativos a instituciones que incluyen una escuela de arte y diseño en San Juan, mientras que el Segundo Ruiz Belvis Cultural Center y el Puerto Rican Arts Alliance también han ayudado a que artistas puertorriqueños se presenten en los Estados Unidos, después de Irma y María.

Inmediatamente después de los huracanes del 2017, los puertorriqueños en Chicago también vieron la necesidad de coordinar ayuda para los puertorriqueños que fueron evacuados y que llegaron a Chicago, muchos de ellos con niños y algunos con poco más de una maleta llena de ropa de verano.

El 2 de noviembre de 2017, la ciudad abrió un centro temporero de recursos en el pabellón del Humboldt Park, parque que le da su nombre al vecindario. El centro ayudó a las personas a llenar solicitudes de asistencia individual de FEMA y a lograr acceso a servicios, desde vacunas hasta vivienda temporera. Este centro permaneció abierto hasta principios de mayo de 2018 y la ayuda a los damnificados continuó hasta aún después del cierre del local. Encontrar vivienda asequible ha sido una lucha continua y muchos descubrieron que las promesas de las autoridades de vivienda pública de la ciudad no fueron cumplidas.

Roberto Maldonado, asambleísta del distrito 26 de Chicago, que incluye Humboldt Park, dijo que los migrantes post-María todavía, en diciembre de 2018, acudían a su oficina buscando ayuda.

“Algunas personas siguen viniendo solamente para socializar”, dijo, “pero otros vienen por que necesitan mejor acomodo de vivienda. Ese es el problema principal. Las personas quieren vivir cerca de su familia y de la comunidad – quieren escuchar el idioma español hablado y la música de salsa – pero la mayor parte de la vivienda que se les ha provisto está al sur o al norte, en las zonas más lejanas. Vienen a nosotros pidiendo nuestra intervención, pero la vivienda es muy limitada en Humboldt Park – simplemente no hay espacios vacantes”.

De octubre a diciembre de 2018, el Puerto Rican Cultural Center (PRCC por sus siglas en inglés) llevó a cabo contacto a 978 personas que permanecían en Chicago y que pasaron por el pabellón en los meses siguientes al huracán María. La organización habló con 403 de ellos sobre vivienda, empleo, salud y otros temas. Natasha Brown del Centro, indicó que mucha gente todavía necesitaba ayuda con los beneficios básicos de Medicaid y cupones de alimentos, confirmando lo dicho por Maldonado.

“Vemos mucha inestabilidad de vivienda. Ha pasado más de un año y todavía hay personas en refugios. Pueden haber firmado un contrato de arrendamiento, pero no han podido mudarse a un apartamento”.

El PRCC continúa trabajando con los recién llegados a base de su necesidad. Estos esfuerzos pueden ayudar a determinar el futuro de la comunidad de puertorriqueños en Chicago – una diáspora con profundas raíces y un flujo y reflujo constante entre el medio oeste estadounidense y la Isla que queda a 2,000 millas.

Un mundo distinto

De niño, José Vélez disfrutaba visitando el Disney World en Florida, pero nunca se visualizó viviendo en los Estados Unidos.

Después del huracán, el hotel para el cual la madre de Vélez trabajaba en Puerto Rico la transfirió a un hotel en Colorado. Vélez, quien tenía entonces 18 años, se mudó con ella ese otoño. No tenían familia allí y muy pocas personas hablaban español – sentían soledad, dijo él.

Foto por Kari Lydersen

Jose Velez

Entonces, a través de un amigo, se conectaron con el Puerto Rican Cultural Center y decidieron mudarse a Chicago, donde la organización les ayudó a encontrar un apartamento y trabajo. Dos primos de Vélez también se mudaron a Chicago y se les unieron en febrero de 2018. Ahora Vélez trabaja para el centro cultural y le agradece al director José López por ayudarle a entender cómo el colonialismo afecta a la Isla, incluyendo a Guayama, su pueblo natal, donde los residentes tienen que lidiar con emisiones tóxicas y cenizas producidas por una planta de carbón cercana.

Vélez quiere ir a una universidad en los Estados Unidos a estudiar sociología o derecho y entonces regresar a Puerto Rico a ayudar a las personas en la Isla.

Sus hermanos, padre y abuelo permanecen en Puerto Rico; la separación fue especialmente difícil durante las navidades, cuando Vélez se perdió de las continuas fiestas a las cuales está acostumbrado en Puerto Rico – el lechón, los intercambios de regalos del Día de Reyes. Y la cultura “súper diferente” en Chicago también ha requerido un gran ajuste. “En Chicago, la gente te pasa en la calle sin decir ‘hola’”, menciona Vélez. “En Puerto Rico, aún los extraños se saludan y se dice ‘buen provecho’ cuando alguien está comiendo”.

Vélez nunca ha dejado de extrañar a Puerto Rico y espera poder regresar a trabajar ahí algún día. “Cuando era joven nunca imaginé que me iría de mi país”, dice, “pienso en él todos los días”.

Buscando ayuda y dando ayuda

Rebecca Sumner Burgos nació en Cleveland, hija de padres activistas. Ha pasado tiempo en Nueva York, París y Berlín. Vivió en Chicago brevemente, cuando era niña. Ha sido artista, traductora y ha hecho trabajo comunitario dentro de la comunidad LGBTQ. Cuando azotó el huracán María, ella estaba viviendo en Guaynabo, Puerto Rico donde servía como directora de Desarrollo y Coordinadora Estudiantil para una escuela Metodista.

Su empleo fue eliminado tras el huracán; trató de solicitar los beneficios de desempleo en Puerto Rico, iba en persona a la esa oficina, semana tras semana, sin éxito. Entonces, después que murió su madre en mayo de 2018, Sumner Burgos pensó que era tiempo para un cambio. “Parecía que Chicago era un secreto, un lugar donde podías reinventarte”, dijo ella.

Foto por Martha Bayne

Rebecca Sumner

Se mudó a la casa de un amigo en un suburbio en Oak Park y muy pronto consiguió trabajo. También fue a la oficina del asambleísta Roberto Maldonado y luego a la oficina de recursos del pabellón buscando ayuda para el plan médico. Sumner Burgos no le gusta identificarse como una persona que fue “evacuada” y reconoce que ella tuvo más recursos y experiencia para manejarse que muchas personas afectadas por los huracanes. Sabe que el estrés financiero y de otra índole que sufrió a causa de los huracanes y a su llegada a Chicago fueron peores en el caso de otras personas.

“Soy una mujer soltera, no tengo hijos, no soy jefe de familia, así que solo puedo imaginar cuan desesperadas estaban otras personas que llegaron aquí”, dice. “Mi posición social y educación me permitieron un nivel de privilegio que es muy importante reconocer”.

Ahora tiene un trabajo ayudando a puertorriqueños, incluyendo los damnificados, y a otros residentes de Chicago. Ella es la coordinadora de divulgación de La Casa Norte, una organización sin fines de lucro en Humboldt Park, la cual ayuda a personas sin hogar.

El trabajo le ayuda a manejar su propio trauma – tiene “flashbacks” del huracán y ataques de llanto incontrolables, sumado a la culpa que siente por haberse ido de Puerto Rico. “Vengo de una familia puertorriqueña muy nacionalista, así que irme se siente como un fracaso y como un abandono a mi gente y a mi país”, dice. Pero su plan es quedarse indefinidamente en Chicago.

“Mi vida me resulta irreconocible”, dice, “pero simplemente tendré que seguir adelante, cualquiera que sea este libreto”.

Los sabores del hogar

En Chicago, Roberto Pérez no podía encontrar ni comida caribeña ni clases de cocina sobre cómo prepararla así que decidió enseñarse a sí mismo a cocinar y comenzar su propio negocio culinario.

Pérez, de 34 años, es puertorriqueño aunque nació en Chicago, en el área de West Town. En el 2012, con su amigo Ángel Fuentes fundaron el Urban Pilón, una compañía culinaria dedicada a compartir comidas y técnicas de cocina de Puerto Rico, el Caribe y Latinoamérica. El 5 de diciembre se celebró la edición #100 del evento “Santísimo Sanchocho”, de Urban Pilón, una celebración del tradicional plato latinoamericano, que se llevó a cabo en el Segundo Ruiz Belvis Cultural Center en Chicago.

Foto por Katie Rice

Roberto Pérez

Con la música de bomba de fondo, los asistentes disfrutaron cuatro tipos de sancocho: “sancocho Santa Anacaona” (de carne); “sancocho Santa Inocencia” (de vegetales); sancocho santo (de mariscos) y “sancocho siete potencias” (incluye 7 carnes distintas).

“La comunidad puertorriqueña en Chicago es muy nostálgica”, dijo Pérez, “y la gente quiere aferrarse a su cultura”.

“Los puertorriqueños en Chicago realmente han puesto su sello sobre quiénes son y dónde están y yo pienso que las personas en la diáspora, en general, se sienten como ‘Wow, Ojalá pudiera tener algo así en mi ciudad’”, dijo Pérez. “Aunque en Orlando haya una comunidad más grande, la gente dice que los puertorriqueños en Chicago están más organizados y son políticamente más fuertes”.

Cuando Pérez se ve necesitado de una inspiración cuando cocina – o cuando necesita escapar del crudo invierno de Chicago – visita a su madre a Ponce, Puerto Rico. También viaja a otras islas caribeñas, buscando nuevos sabores y nuevos métodos de cocinar.

“Puerto Rico realmente me inspira cada vez que voy”, dijo.

Separación familiar y migración

Vanessa Gómez, de 44 años y su hija Verónica Díaz, de 14, sobrevivieron el huracán María en su casa en Caguas. Traumatizada por la tormenta y su periodo posterior – sin electricidad, gas racionado y la llegada de la Guardia Nacional que hizo que su vecindario pareciera “una zona de guerra”, como lo explica Díaz – se fue a fines de septiembre de 2017 en un barco crucero de rescate a reunirse con su padre en Florida.

Gómez vivía en la Isla con su madre de 68 años, quien tiene problemas renales.

Foto suministrada

Vanessa Gómez junto a su hija Verónica Díaz

Su madre y su tía, de 76 años y que padece de Alzheimer, luchaban por conseguir servicios de salud después del huracán, pero al no lograrlo, decidieron mudarse a Estados Unidos. Cuando la mamá de Gómez fue a la oficina de vivienda en Puerto Rico le aconsejaron que no se mudara a Florida por que ya estaba “repleto”, y se fueron rumbo a Berwyn, un suburbio de Chicago, donde vive el hermano de Gómez. La madre de Gómez y su tía fueron las primeras en irse; llegaron a Chicago el primero de febrero de 2018. Gómez se quedó en la Isla unas semanas adicionales, para resolver los asuntos familiares.

Las tres mujeres se adaptaron a la vida en Berwyn, donde Gómez cuidó a su madre y tía a tiempo completo, mientras esperaba la llegada de su hija que estaba por terminar el año escolar en Florida. Díaz finalmente se mudó a Berwyn con su madre, luego de terminar su séptimo grado el pasado mes de junio.

Gómez y Díaz tienen una relación muy cercana, hacen chistes y se ríen cuando hablan de sus experiencias en Chicago. Díaz habla sobre su escuela intermedia, mientras revisa su teléfono buscando un vestido que usará para una fiesta escolar. Gómez le hace bromas.

La transición a la vida en Estados Unidos ha tenido sus dificultades y la mudanza ha tenido resultados mixtos para la familia. La madre y la tía de Gómez reciben mejores servicios médicos allá y Díaz está en una escuela que tiene mejores recursos que su escuela en Puerto Rico, dice Gómez. Pero la transición ha sido difícil para todas. Díaz tuvo que mejorar drásticamente su inglés para mantenerse al día en la escuela mientras toma clases menos avanzadas que las que estudiaba en Puerto Rico.

“Ahora mismo le digo a Verónica que aproveche la oportunidad y los sacrificios que estamos haciendo”, dijo Gómez. “Hay dos cosas importantes para mí: Que disfrutemos el tiempo que estemos aquí, que aprendamos y que [Díaz] se ajuste para que se prepare académicamente”.

La separación familiar ha sido una consecuencia difícil del huracán, así como la subsiguiente migración de la familia. Gómez y Díaz consideraron mudarse a Florida para estar más cerca del padre de Díaz, pero ya decidieron quedarse en Chicago ya que, según Gómez, ofrece mejores oportunidades para Díaz. Ambas mujeres siguen extrañando a Puerto Rico.

“La patria siempre llama”, dijo Gómez.

Irse y regresar

Maricarmen Hernández Galarza, una trabajadora de la salud de Caguas, se mudó a Chicago en octubre de 2017, unas pocas semanas después de María. Se fue con sus padres y su hijo Caleb, de 10 años y que tiene autismo.

Al principio la familia buscó ayuda en la oficina del congresista Luis Gutiérrez y, más adelante, en el Ruiz Belvis Cultural Center pues el pabellón en Humboldt Park todavía no había abierto. Eventualmente la familia consiguió vivienda temporera en Humboldt Park, a través de Casa Central, una organización de servicios sociales.

La Autoridad de Vivienda de Chicago (CHA por sus siglas en inglés) les prometió un apartamento de vivienda pública en diciembre, pero eso no ha ocurrido.

Foto por Michelle Kanaar

Maricarmen Hernández Galarza

Sus padres, frustrados por la lucha de conseguir vivienda, optaron por regresar a Puerto Rico ese mismo invierno. Para primavera Hernández y su hijo eventualmente se mudaron a una unidad del CHA en un sector diverso en el vecindario de North Side en Rogers Park. Aún así, la vida era estresada.

En Puerto Rico, cuenta Hernández, Caleb estaba en una buena escuela pública con acceso a la ayuda que necesitaba, incluyendo terapia del habla y consejería sicológica. Pero en el sistema de escuelas públicas de Chicago ella sentía que su hijo no recibía la atención adecuada. Lo sacó de la escuela a fines de febrero y decidió educarlo en la casa, por lo cual no podía trabajar fuera.

Mientras tanto, dice ella, Caleb estaba triste y deprimido. Buscó ayuda a través de una de las clínicas de salud mental de la ciudad, pero, según ella, se le dijo que tomaría un año el conseguir una cita para Caleb. Originalmente Hernández quería hacer una nueva vida en Chicago, pero ella y Caleb terminaron regresando a San Juan a principios de julio.

El regreso ha sido difícil.

Hernández encuentra que el “descenso social” de Puerto Rico después de María es perturbador, citando un aumento en el crimen y un desorden general. Ella y Caleb han tenido que mudarse varias veces desde que regresaron. En un apartamento, cuenta ella, un hombre disparó a su novia justo afuera de su dormitorio. Ahora están en un lugar que se siente estable y, por tanto, ella y Caleb se sienten seguros. Él está recibiendo las terapias que necesita y ella está estudiando una segunda maestría en Educación Especial.

Una nueva líder para tiempos cambiantes

Dentro de un salón, en la parte de atrás del negocio Chief O’Neill’s, un grupo de personas están reunidas para celebrar. Al frente del salón hay una banda de jóvenes, en un pequeño escenario, tocando “Oye como va” de Carlos Santana para un grupo de más de 100 personas. El sonido que producen sus trompetas, congas, flautas y guitarras intensifica el alboroto en el lugar. Entre los presentes nadie parece estar más entusiasmada que la persona con el micrófono, Rossana Rodríguez-Sánchez, quien casi no puede contener su sonrisa mientras canta. Rodríguez-Sánchez tiene mucho por lo que estar contenta esta noche de un martes frío, ya terminándose febrero. Después de meses haciendo campaña para convertirse en asambleísta del distrito 33 en el lado noroeste de Chicago, logró obligar al veterano incumbente a una segunda vuelta electoral, la cual está programada para el 2 de abril.

Nacida en Humacao, Rossana Rodríguez-Sánchez, de 39 años, estuvo entre los “migrantes económicos”, como ella los llama, que vinieron a Chicago a mediados de la década del 2000, mientras recrudecía la crisis de la economía y de la deuda de Puerto Rico.

Foto por Justin Agrelo

Rossana Sánchez

Rodríguez-Sánchez era maestra en Puerto Rio, pero tuvo que dejar su trabajo después que recortes en el presupuesto severos transformaron su salón de clase en uno hacinado y carente de las necesidades básicas. No pudo encontrar otro empleo así que en el 2009 se mudó a Chicago donde fue contratada como directora de la Albany Park Theater Company, un teatro de jóvenes en un vecindario del lado norte, hogar de inmigrantes de varios países latinoamericanos, asiáticos y europeos. También daba clases en la escuela superior Pedro Albizu Campos, manejada por el PRCC.

“Me hubiese encantado quedarme” en Puerto Rico, dice. “Me hubiese encantado estar con mi familia. Pero estas oportunidades no estaban allá. Y verdaderamente sentí que tenía que cuidar de mi misma por que me sentía como si fuese a colapsar emocionalmente”.

Como una socialista comprometida, con un agudo sentido de conciencia de clase y profundas raíces en la comunidad, se refieren a ella como la versión de Chicago de Alexandria Ocasio-Cortez – una comparación que ella considera “un honor”, a la vez que señala sus diferencias.

“Crecí en la Isla y viví ahí hasta que cumplí 30 años”, cuenta. “Vivir en una colonia te da una perspectiva diferente de lo que es la política norteamericana”.

Para algunos, Rodríguez-Sánchez simboliza la diversidad de la comunidad puertorriqueña en Chicago. Una líder joven, que no tiene base en Humboldt Park ni tampoco representa directamente las tradicionales organizaciones puertorriqueñas. Está entre los primeros miembros del grupo Resistencia Boricua de Chicago (Chicago Boricua Resistance o CBR) – un grupo político independiente que aboga por la descolonización de Puerto Rico. Fundado en 2016 por puertorriqueños mayormente jóvenes y progresistas, el CBR trabaja al margen de las instituciones tradicionales puertorriqueñas de Humboldt Park. El grupo auspicia eventos educativos a través de Chicago, motivando a la gente a entender la historia de Puerto Rico y el colonialismo – una historia que no es ampliamente conocida en los Estados Unidos. Poco después del huracán María, el grupo organizó una brigada de ayuda para la Isla.

Para Rodríguez-Sánchez, su activismo político, así como su carrera política en Chicago, son una extensión de su compromiso social.

Fue a su primera protesta cuando tenía seis años, en Humacao, donde se crió y donde su padre era un organizador comunitario.

Cuando el río que era la fuente primaria de suplido de agua de su comunidad fue redirigido a suplir a una base militar norteamericana cercana durante una sequía, sus vecinos se organizaron y lucharon para recuperar su agua, como ella la describe. La batalla por el agua y la victoria de su comunidad fue una experiencia formativa que ayudó a Rodríguez-Sánchez a moldear su conciencia política.

De la mano de su padre, conoció muchos activistas independentistas y socialistas, logrando desarrollar temprano en su vida conciencia sobre el colonialismo en Puerto Rico. En la escuela superior conoció la Federación Universitaria Pro-Independencia (FUPI), una organización pro-independencia dirigida por estudiantes de la Universidad de Puerto Rico. Organizó con sus amigos un grupo pro-independencia en su escuela superior. Esto no le gustó a la dirección escolar, quienes querían que el grupo se identificara como un “club de historia” en vez de reconocerlo como un club político, cuenta Rodríguez-Sánchez.

Eventualmente espera regresar a Puerto Rico.

“Siempre sentí que regresaría a casa y todavía me siento igual”, dice ella. “Eso es algo que la mayoría de los puertorriqueños llevan en su bolsillo – ‘en algún momento regresaré a casa’”.

Mientras tanto, ella trae a Chicago el mismo espíritu que ha ayudado a los puertorriqueños a sobrevivir la crisis de la deuda, los huracanes y otros retos, ya sea en la Isla o en EE. UU..

“Se trata de identificar los problemas que tenemos y unirnos para tratar de encontrar la forma de que las cosas funcionen, y entonces exigir al gobierno que ponga los recursos ahí,” explica.

Camille Erickson contribuyó en este reportaje.  


Esta historia se publica como resultado de la colaboración entre el Centro de Periodismo Investigativo y el programa graduado de periodismo de Medill en Northwestern University.

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