La radio comercial repite como un mantra la canción La Gozadera. El grupo de reguetón cubano Gente de Zona y el puertorriqueño Marc Anthony grabaron esa pieza que cuenta un mito: “Y el arroz con habichuela, Puerto Rico me lo regaló”.
En realidad, el país estuvo más de 20 años sin producir arroz. En el archipiélago puertorriqueño comíamos un grano que había sido importado principalmente desde Estados Unidos.
Hasta que en el verano pasado el Departamento de Agricultura anunció que una cadena criolla de supermercados iba a vender arroz integral cosechado en Puerto Rico. El país volvía así a trabajar la tierra para llevar a la mesa el alimento principal de su canasta básica y de su gastronomía tradicional. Lo estaba produciendo la agencia gubernamental en 700 cuerdas del fértil valle de Lajas, en una finca inutilizada que había servido de vertedero clandestino. Al momento de hacer el anuncio de la venta del arroz, ya se distribuía en comedores escolares alrededor de la Isla, como una alternativa al más popular pero menos nutritivo arroz blanco refinado.
La propuesta agrícola nació en momentos en que los puertorriqueños importamos el 85% de la comida, y parecemos habernos acostumbrado a estar al borde de la inseguridad alimentaria, como si los productos pudieran llegar siempre por la línea de distribución entre el puerto de Jacksonville, en la Florida, y la Bahía de San Juan.
Pero el explosivo senador Tomás Rivera Schatz, que antes de Donald Trump se hizo famoso en Puerto Rico por disparar de la vaqueta, encontró un gran defecto al cultivo del arroz: David Bernier, candidato a la gobernación por el Partido Popular Democrático en las próximas elecciones, había colaborado en el proyecto.
El gran defecto de Bernier es lanzarse a la gobernación representando al partido que defiende el Estado Libre Asociado, el fracasado modelo de la relación colonial con Estados Unidos. Su rol en el proyecto agrícola, sin embargo, había sido limitado. Cuando era secretario del Departamento de Estado, había intentado que la siembra se llevara a cabo con asesoría de técnicos dominicanos, mucho mejores expertos en sembrar el arroz en el trópico que los arroceros de Estados Unidos.
Rivera Schatz, senador por el Partido Nuevo Progresista (PNP), se ensañó contra Bernier en una conferencia de prensa, denunciando que el costo por cada libra de arroz era de $8.10 dólares, y lanzó una exageración:
“Este arroz, que podríamos llamar el arroz Bernier, se ha convertido en el arroz más caro del mundo, con una apariencia, textura y sabor muy distinto al gusto del pueblo puertorriqueño, por lo que su venta al detal es casi inexistente, a pesar del enorme subsidio del gobierno”.
Es verdad que el costo de producción fue alto al principio, porque el gobierno invirtió en instalaciones, riego, preparación del terreno y experimentaciones. El precio de venta en el supermercado del arroz integral fresco a granel es de $1.79 por libra, levemente más económico que los $1.99 dólares en adelante del producto importado de la misma categoría, según el Fondo de Innovación para el Desarrollo Agrícola de Puerto Rico, una corporación adscrita a la Autoridad de Tierras.
Hace siete años, la legislatura aprobó la Ley de Promoción y Desarrollo de Empresas de Biotecnología Agrícola, que buscaba poner a los pies de multinacionales multimillonarias como Monsanto todos los recursos posibles del país quebrado para que hicieran sus experimentos en la Isla. Tomás Rivera Schatz no sólo había votado en favor de ese proyecto legislativo, sino que él mismo lo firmó como presidente del Senado. En la década de la crisis fiscal, las semilleras recibieron más de $519 millones en subsidios, incentivos, exenciones y servicios gratis del gobierno. Con excepción de 3rd Millennium Genetics, empresa local que ha desarrollado maíz para alimentar el ganado local, y de RiceTec, que suministró las semillas iniciales de arroz híbrido en el proyecto de Lajas, ninguna de las corporaciones extranjeras que recibió los beneficios públicos ha producido una sola libra de comida para el país.
El rol del gobierno de Puerto Rico no es cosechar arroz. Pero podría ser un motor que impulse a los empresarios agrícolas locales a reestablecer la siembra del grano, mientras se auspicia la agricultura para producir parte de la riqueza que se necesita para salir de la crisis. Que el proyecto del gobierno se extienda a los productores locales es uno de los desafíos de la iniciativa agrícola.
Fenómenos naturales como el huracán Matthew, que azotó el puerto de Jacksonville e interrumpió por varios días las importaciones, recuerdan contínuamente a Puerto Rico la importancia de producir su propia comida. El año pasado, la embarcación El Faro se hundió en el mismo trayecto de Florida – San Juan, y se llevó al fondo furgones de frutas y verduras. Salieron a flote los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial. En aquél entonces Hitler había traído el frente de batalla al Atlántico. Los submarinos alemanes hundían barcos de la Marina Mercante de Estados Unidos. Escaseó el alimento. Ahora, el cambio climático añade un nuevo factor de riesgo para la producción de alimentos alrededor del mundo.
En la conferencia de prensa del senador del PNP estaba la politiquería de siempre, la que ha precipitado el país al fracaso: para él era mejor echar tierra a los adversarios en lugar de defender la capacidad de producir comida indispensable para la viabilidad de Puerto Rico. La tradición del sabotaje fue la alternativa agrícola que presentó Tomás Rivera Schatz.