Aunque el calor ha aumentado para todo el mundo, sus efectos en la vida cotidiana de las personas son diferentes según la capacidad económica de cada cual. 

No toda la población tendrá la misma capacidad de lidiar con los altos índices de calor. “No es solo comprar el aire acondicionado, es mantenerlo encendido, ¿y quién lo paga?”, cuestionó Pablo A. Méndez Lázaro, profesor e investigador en el Recinto de Ciencias Médicas y en el Centro Comprensivo de Cáncer de la Universidad de Puerto Rico.

Los comentarios los hizo Méndez Lázaro en el panel Islas de calor dentro del archipiélago, ¿cómo funcionan?, como parte del evento Caribe Fest 2024, convocado por el Centro de Periodismo Investigativo (CPI) y que se llevó a cabo en el Museo de Arte Contemporáneo en Santurce.

El panel, celebrado el viernes en la mañana, fue moderado por Jeniffer Wiscovitch Padilla, periodista del CPI.

Según la Agencia federal de Protección Ambiental, las “islas de calor” son áreas urbanas de muchas construcciones más calientes que las áreas rurales cercanas.

Los episodios de calor extremo a los que Puerto Rico está expuesto no están solo relacionados con la posición geográfica de la Isla en el Caribe, sino que elementos como las construcciones urbanas, la deforestación y la forma en la que adquirimos nuestros alimentos influyen directamente en las altas temperaturas, según Cynthia Burgos López, directora ejecutiva de La Maraña, una organización que se dedica a fomentar el diseño participativo en las comunidades. Puerto Rico importa alrededor del 85 % de los alimentos que consume, destacó.

El año 2023 se perfila como el más caliente en 2000 años, según el Servicio Nacional de Meteorología. Hubo 206 avisos de calor extremo ese año, mencionó Méndez Lázaro.

Los pacientes con diagnósticos como hipertensión, cáncer y ansiedad, por ejemplo, están en mayor riesgo ante el calor excesivo, pues son más las incidencias de hospitalización y muerte por calor en estos pacientes con condiciones preexistentes.

El paisaje urbano impermeable

Burgos López destacó por su parte cómo la gestión humana aporta al deterioro del hábitat provocando más calor.

“Nos hemos encargado de impermeabilizar las áreas urbanas, la falta de transporte colectivo y la manera en la que nos movilizamos, la carretera, el color del asfalto (brea), los vehículos de motor y el estacionamiento, [todo esto] absorbe mucho el calor y se relaciona con el calor que sentimos”, dijo.

Según Burgos López, a nivel de país se ha identificado la falta de transporte colectivo como primer causante del efecto invernadero, el fenómeno por el cual los gases retienen la energía que emite el suelo tras haber sido calentada por la radiación solar.

Para amortiguar los efectos del calor, el cambio climático y los efectos de los gases de invernadero, Burgos López presentó el concepto de “infraestructura verde”, un programa que promueve La Maraña mediante el cual se utilizan lugares abandonados para reverdecer los espacios urbanos.

Méndez Lázaro advirtió sobre la importancia de educarse sobre la amenaza que enfrentan los arrecifes de coral. “El océano es el regulador térmico por excelencia y los arrecifes de coral son nuestra primera defensa y mayor productividad ecológica, sin ellos, se crea un desbalance en el ecosistema”, indicó.

Los panelistas coincidieron en alternativas como mayor vegetación en los hogares, el consumo local en mercados agrícolas y el aprender a comer productos por temporadas como formas de impactar la salud y manejar el problema del calor.

“La educación y el repensar la palabra ‘desarrollo’ juegan un papel clave en entender cómo funcionan las islas de calor”, puntualizó Burgos López.

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