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Las políticas de Trump interfieren con la preparación de las Islas Vírgenes ante el cambio climático

19 de abril 2018

Foto por Freeman Rogers

Dos terceras partes de St. John son un parque nacional protegido, que incluye la vida marina y arrecifes.

Cuando se llega a St. John por agua, parecería a primera vista que los huracanes Irma y María no afectaron a las Islas Vírgenes estadounidenses. Los árboles que cubren sus empinadas colinas — que fueron desnudadas por los fuertes vientos — son verdes nuevamente, y sus aguas azul turquesa.

Sin embargo, a medida que el ferry se acerca a Cruz Bay, se ven varios de los edificios del puerto todavía destruidos a más de siete meses de los huracanes. Aún hay puertas y ventanas con sus tormenteras, paredes desaparecidas y techos al descubierto.

Dos terceras partes de St. John — que tiene unos 4,000 residentes, en comparación a los casi 50,000 de sus islas hermanas St. Thomas y Santa Cruz — son tierras protegidas como parte del Parque Nacional de Islas Vírgenes. Como resultado, la isla, que ni tan siquiera cuenta con un aeropuerto, tiene más barreras naturales que sus vecinos, tales como corales, manglares y costas cubiertas de vegetación, para protegerse contra los eventos climáticos extremos.

Pero en realidad, St. John también sufrió daños sin precedentes a causa de los dos huracanes del pasado mes de septiembre y los científicos, ambientalistas y otros residentes creen que esas barreras naturales están en riesgo por los efectos del cambio climático. El 2005 fue un año particularmente caliente y precipitó una marcada muerte de corales, eliminando el 50% de la cubierta de arrecife que hubiera ayudado a proteger la isla. Los huracanes recientes volvieron a eliminar gran parte de lo que ya había crecido desde entonces.

A la ecuación se añade el creciente aumento en el nivel del mar, lo que se cree que empeoró las marejadas que trajo Irma.

“Donde vivo, en Sandy Shore, perdimos entre 20 a 30 pies de vegetación, de manera que nuestras costas desde Irma son más vulnerables hasta a pequeños aumentos en el nivel del mar”, dijo Eleanor Gibney, una horticultora que creció en la isla y que recientemente habló del daño causado por los huracanes en el entorno terrestre. “Luego tuvimos una tormenta procedente del norte a principios de marzo, y debido a que ya no había una barrera allí, eliminó mucha de la vegetación que sobrevivió a Irma”.

Aunque la presión de estos eventos es grande y evidente, el territorio está quedando rezagado ante sus vecinos caribeños en lo que respecta a la preparación para el cambio climático.

Foto por Freeman Rogers

Aunque St. John está protegido por aire ya que no tiene aeropuerto, y parece estar de pie, la vida todavía no se ha normalizado para algunos de sus residentes.

A diferencia de muchas otras islas de la región, las Islas Vírgenes de Estados Unidos (USVI, por sus siglas en inglés) no han producido una estrategia o política pública de adaptación. Aunque la administración del gobernador Kenneth Mapp promete una pronto, el esfuerzo quedaría relegado bajo el mandato de un presidente de Estados Unidos que pone en duda el consenso entre científicos sobre los patrones de cambios climáticos causados por el ser humano.

“En estos momentos, la mayor amenaza en cuanto a cambio climático es que el gobierno de Estados Unidos no hará nada al respecto y que un grupo grande de científicos que trabajan para el gobierno federal no trabajarán en un asunto tan importante”, dijo Joe Kessler, quien preside Amigos del Parque Nacional de Islas Vírgenes, una organización sin fines de lucro con base en St. John.

La situación — la cual Kessler cataloga como problemática por la cantidad de terreno en St. John que es un parque nacional — contrasta marcadamente con el liderazgo que ejerció el ex presidente Barack Obama en el tema, manifestó.

“El Servicio de Parques tenía un programa bastante robusto sobre el cambio climático bajo la administración anterior”, Kessler añadió. “Y fue uno de sus puntos clave de planificación”.

Mientras, debido a que son un territorio de los Estados Unidos, las USVI no son elegibles como otras vecinas caribeñas para recibir gran parte de los fondos que países ricos y donantes internacionales han destinado a naciones en desarrollo para combatir el cambio climático. Algunos ambientalistas y científicos de las Islas Vírgenes también cuestionan la voluntad de sus propios legisladores para tomar medidas que han sido dejadas a un lado durante décadas, tales como el fortalecimiento de los reglamentos de desarrollo y el establecimiento de protecciones ambientales que ayuden a aumentar la resiliencia.

Los peligros de la inacción

La capacidad de los líderes de actuar rápidamente puede ser una cuestión de vida o muerte en las USVI.

Si la situación es grave en St. John — que cuenta con poco desarrollo — entonces St. Thomas y Santa Cruz enfrentan un mayor riesgo debido a que sus protecciones naturales se han agotado más drásticamente por la construcción y otras presiones.

Los huracanes del año pasado dejaron en evidencia las debilidades de la infraestructura y los servicios esenciales de todo el territorio. Irma arrancó parte del tejado del Centro Médico Regional Roy Lester Schneider en St. Thomas, mientras que sus pacientes aterrorizados se refugiaban en su interior. Unas dos semanas más tarde, María provocó una destrucción similar en el Hospital Juan F. Luis de Santa Cruz.

Como resultado, más de 400 pacientes fueron evacuados a los Estados Unidos continentales. Según medios locales, unas 50 personas murieron allá, aunque la cifra no ha sido confirmada, mientras que casi 200 aún no han regresado a las islas en parte porque las instalaciones médicas en el país siguen en estado precario para suplir para sus necesidades, según la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA).

La mayor parte del territorio tampoco contaba con el servicio de energía eléctrica, que no fue restaurado completamente hasta marzo. Asimismo, las comunicaciones se vieron afectadas en muchas áreas durante meses.

“La electricidad ha sido difícil, pero si tienes un generador, baterías y cosas así, puedes ingeniártelas para vivir. Sin embargo, la falta de comunicaciones ha sido catastrófica”, dijo Sharon Coldren, presidenta del Consejo de la Comunidad de Coral Bay en St. John. “Las agencias de manejo de desastres —FEMA, la Policía— todos dependen de algún tipo de comunicación inalámbrica. Quieren que llames a un número 800, quieren que vayas al internet y no podíamos hacerlo”.

La industria del turismo también sufrió un duro golpe. En St. John, por ejemplo, Kessler y otros residentes dijeron que las tormentas exacerbaron las tensiones en las comunidades después de que los propietarios del emblemático Caneel Bay Resort decidieran que, antes de reconstruir, querían renegociar el acuerdo que les permite operar dentro del parque nacional. Si no se resuelve prontamente, la disputa retrasaría por años la reconstrucción, prolongando así el duro golpe a la frágil economía de la pequeña isla. Antes de la tormenta, el complejo hotelero, fundado en 1956 por el empresario y filántropo estadounidense Laurance Rockefeller, empleaba aproximadamente a uno de cada diez isleños.

De igual forma, muchas carreteras sufrieron daños extensos, lo cual dificultó que algunos residentes pudieran ir en busca de suministros básicos en los días posteriores a la tormenta.

“Lo que Irma me enseñó es que no estamos preparados para lluvias intensas”, dijo el Dr. David Smith, un profesor de física de St. Thomas que ha enseñado durante 32 años en la Universidad de las Islas Vírgenes. “Tuvimos muchas carreteras que pensé que eran tan sólidas como se veían, y ya no existen”, añadió.

Debido a estos problemas, gran parte de la conversación reciente sobre la recuperación se ha centrado en fortalecer la infraestructura.

Foto por Freeman Rogers

Las áreas urbanas de St. Thomas, una de las Islas Vírgenes donde más desarrollo de construcción ha habido, ofrecen un contraste con la isla hermana de St. John, dedicada a la conservación de la naturaleza.

“Tiene que haber un sesgo hacia fortalecer el sistema más resiliente, porque sabemos que estamos viviendo en tiempo prestado aquí”, dijo Leigh Goldman, una abogada de St. Thomas.

El cuándo y para qué de los fondos de recuperación

Para ayudar en la reconstrucción del territorio, el Congreso de los Estados Unidos aprobó un proyecto de ley de recuperación de desastres que daría $7,500 millones, según dijeron líderes de las USVI.

Las escuelas deberán ser más resilientes y Mapp ha dicho que su gobierno trabajará para construir instalaciones médicas más pequeñas y robustas. Mientras tanto, la Autoridad de Agua y Energía se ha asociado con FEMA para fortalecer la red de energía eléctrica, y en muchos lugares reemplazando postes en madera por otros de mayor resistencia y en otros soterrando las líneas eléctricas.

Sin embargo, el cambio climático ha estado ausente de gran parte de la discusión pública en el territorio. Cuando el gobernador Mapp pronunció en enero su Mensaje sobre la Situación del Territorio, por ejemplo, no mencionó la frase ni una sola una vez.

“Parece que estamos mayormente reaccionando a las cosas”, dijo Jennifer Valiulis, directora en funciones de la Asociación Ambiental de Santa Cruz. “Se habla de fortalecer la infraestructura, pero no se hace necesariamente una mención al tema de cambio climático ni al hecho de que esto podría ser una cosa que suceda más frecuentemente. Con suerte, una vez nos levantemos de nuevo, nuestro día a día dejará de ser sobre quién tiene electricidad y quién no, quién tiene teléfono y quién no”, añadió.

La aparente renuencia del gobernador a trabajar con el tema del cambio climático contrasta con muchos de sus vecinos en la región. El primer ministro de Dominica, Roosevelt Skerrit, ha utilizado el fenómeno como una especie de grito de guerra para solicitar financiamiento a nivel internacional ante la devastación de su isla y prometido — aunque con más generalidades que detalles específicos — convertirla en la primera nación resistente al cambio climático en el mundo.

En St. John, Kessler dijo que ha notado que los empleados federales ahora son reacios a hablar sobre el cambio climático, lo cual atribuyó a las políticas de la administración del presidente Donald Trump.

“El gobierno de los Estados Unidos tiene la cabeza bajo la arena y el Servicio de Parques Nacionales realmente no puede hacer nada con respecto al cambio climático porque no existe, según el Secretario del Interior”, dijo. “Así que ponen a la gente en un difícil dilema: ¿cómo te preparas para [el cambio climático] cuando la agencia esencialmente no lo acepta?”

Sin estrategia

En momentos que los países y territorios del Caribe han redactado — aunque no necesariamente ejecutado — estrategias de adaptación, las USVI no lo han hecho. Esto pese a que en 2015, cuando el presidente Obama todavía estaba en funciones, Mapp firmó una orden ejecutiva a esos efectos.

En ella, el gobernador ordenó la creación de un consejo de cambio climático para confeccionar tres documentos: una estrategia de compromiso público para abril de 2016; una política de adaptación para octubre de 2016; y una estrategia de adaptación para octubre de 2017.

Sin embargo, el consejo nunca se reunió formalmente, según Shawn-Michael Malone, coordinador de asuntos federales en la Oficina del Gobernador.

Mapp no concedió una entrevista para esta investigación, pero su asesor Malone culpó la política y la falta de fondos del fracaso del consejo en cumplir su mandato.

“Solicitamos $2 millones [bajo la administración Obama], pero solo obtuvimos […] cerca de $1 millón”, dijo Malone. “Esperaban que fuéramos creativos y que usáramos los recursos existentes para aumentar los $825,000 que habían para hacer un estudio [de vulnerabilidad], y eso no es mucho dinero”.

Según el coordinador de asuntos federales, después de que Trump asumió el cargo, el territorio no recibió los fondos adicionales que esperaban.

“Durante la campaña, Trump dijo que no cree en el cambio climático, y los republicanos han dicho, de muchas maneras, que esto es un engaño”, dijo Malone.

“Entonces tenemos que ser creativos y encontrar nuestros propios recursos”, apuntó.

No obstante, el funcionario explicó que el estudio de vulnerabilidad continúa y debe completarse en diciembre. Agregó que luego de los huracanes del año pasado, el trabajo que habría realizado el Consejo de Cambio Climático fue asumido por un grupo de trabajo de recuperación. Dijo que espera que la estrategia se complete a tiempo para que entre en vigor en la primavera de 2019.

Aún así, el éxito de esta gestión dependerá de la disponibilidad de fondos. Como territorio de los Estados Unidos, las USVI no son elegibles para gran parte del financiamiento externo que ayuda a impulsar las medidas de preparación y adaptación ante el cambio climático en otros países.

Foto por Freeman Rogers

La mayor parte de la actividad económica en las Islas Vírgenes estadounidenses está directamente relacionada con el sector del turismo, y más específicamente con el océano, aglutinando entre el 60% el 80% del PIB de las islas. Acá St. John.

El Centro de Cambio Climático de la Comunidad del Caribe “tiene muchos fondos para otras islas, pero debido a que somos [parte de] Estados Unidos, no podemos acceder a esos fondos, así que estamos limitados aquí”, explicó Malone. “Tenemos que depender de fondos privados estadounidenses como la Fundación Bloomberg y nuestros propios recursos, porque nuestra economía estaba frágil incluso antes de los huracanes”, añadió.

Antes de las tormentas, el territorio ya enfrentaba dificultades para cumplir con sus obligaciones de deuda — que incluye unos $6,500 millones adeudados a pensionados y acreedores — al punto que algunos analistas habían expresado su preocupación ante un posible colapso fiscal como el que llevó a su vecina isla Puerto Rico — también un territorio de Estados Unidos — a la quiebra.

Otras medidas de mitigación

Además de fortalecer la infraestructura, científicos y ambientalistas de las Islas Vírgenes estadounidenses abogan por medidas preventivas para conservar los corales, manglares, humedales y otros elementos naturales que pueden ofrecer protección contra los efectos del cambio climático.

Muchas de sus sugerencias han sido recomendadas por décadas — y en ocasiones prometidas por los legisladores y otros gestores de política pública — sin que se produzcan acciones sustantivas.

“Lo más importante que realmente necesitamos, y que se ha intentado sin éxito, es un plan integral de uso de tierra y agua”, dijo Valiulis de la Asociación Ambiental de Santa Cruz. “No hemos mirado al territorio como un todo ni hemos dicho qué porcentaje de nuestros humedales queremos proteger; qué porcentaje de nuestro bosque queremos proteger. Por lo tanto, cada desarrollo se analiza de manera fragmentada y eso puede convertirse en un problema cuando construyes en el bosque o en los humedales”, sentenció.

Un plan de este tipo se completó en 1995 pero nunca fue aprobado por la Legislatura. Aunque el programa de la Administración Federal de Zonas Costeras regula el desarrollo de las costas en muchas áreas, los proyectos tierra adentro no están sujetos al mismo escrutinio.

La topografía empinada en gran parte del territorio deja vulnerable a los corales y otros ecosistemas marinos frágiles, según el Dr. Tyler Smith, profesor asociado de biología marina en la Universidad de las Islas Vírgenes.

“Se necesita un nivel diferente de permisos para construir en [la zona costera], que generalmente se encuentra a 100 pies del frente marítimo”, dijo Smith. “Pero realmente todo lo que sucede en las cimas de estas montañas termina en el agua ese mismo día”, agregó.

En el pasado, ambientalistas han abogado por extender las protecciones costeras hacia el interior, pero sin éxito.

Smith agregó que las guías diseñadas para reducir las escorrentías también deben aplicarse mejor.

“Cuando construyes se supone que debes tener vallas para controlar la erosión, pero en realidad no son muy efectivas, especialmente en las laderas, e incluso cuando están instaladas, a menudo son descuidadas. Hay muy poca inspección o cumplimiento”, dijo.

Smith añadió que el resultado es daño a los arrecifes que ayudan a proteger las costas de las marejadas ciclónicas. Durante el tsunami de Indonesia en el 2004, los científicos descubrieron que las áreas detrás de arrecifes de coral sanos fueron las que mejor sobrevivieron el evento.

“El arrecife frenó el oleaje y lo amortiguó hasta cierto punto”, dijo.

Poco populares las restricciones

Por más que se necesiten restricciones de desarrollo, a menudo estas son impopulares por razones económicas, en un territorio que depende del turismo y donde el desempleo, antes de las tormentas, ya era de alrededor del 10% — más del doble del promedio nacional — explicó Roy Watlington, un consultor y profesor de física retirado que enseñó oceanografía y otras materias durante sus 27 años en la Universidad de las Islas Vírgenes. El turismo representa entre el 60% y el 80% del producto interno bruto de las Islas Vírgenes Estadounidenses, según un estudio del 2016 de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA en inglés).

Como es de esperarse, los desarrolladores tienden a promover los beneficios económicos de su proyecto, dijo.

“Actúan como si su objetivo principal fuera traer este gran proyecto que traerá empleos a las Islas Vírgenes”, añadió Watlington, quien formó parte de un grupo de trabajo que dio recomendaciones sobre la orden ejecutiva que firmó Mapp en el 2015 para establecer una estrategia de cambio climático. “¿Qué político sobrevive siendo considerado como anti-trabajo?”

Manifestó que a veces, las sanciones no son lo suficientemente severas como para impedir que los desarrolladores incumplan con las reglamentaciones.

“Hemos tenido desarrolladores que fueron muy desconsiderados en su comportamiento y que actuaron como si no les preocuparan las restricciones”, dijo. “Se sentían más cómodos pagando las multas relativamente pequeñas que frenando el proceso de construcción”.

Estos problemas se agravan en un territorio donde muchos turistas quieren estar lo más cerca posible al mar.

Foto por Freeman Rogers

Buena parte de la economía de las USVI es dependiente del turismo náutico y muchos negocios, ubicados en las costas, están sufriendo por la erosión y subida en el nivel del mar.

En la costa sur de Santa Cruz, el Divi Carina Bay Resort & Casino, de 180 habitaciones y localizado frente a la playa, fue azotado por el viento y las olas durante María. En diciembre, el complejo permanecía vacío y sin algunas partes de su techo. El concreto alrededor de la piscina con vista al mar había cedido, mientras que varias habitaciones estaban al aire libre.

El complejo turístico, que espera reabrir antes de que finalice el año, no fue el único que sufrió este destino. Los hoteles frente a la playa en todo el territorio fueron en gran parte destruidos, y al 1 de marzo — la fecha más reciente en que el Departamento de Turismo de Islas Vírgenes ha provisto estadísticas — solamente alrededor del 40% de los alojamientos estaban abiertos y recibiendo huéspedes.

Foto por Freeman Rogers

La Cruz Bay en St. John es clave para la economía allí.

Al reconstruir los complejos turísticos frente al mar, Watlington pidió un compromiso.

Explicó que los tsunamis del Océano Índico y de Japón mostraron que algunos edificios sí sobreviven el embate y que el uso de muros separadores bajos pueden aumentar la resiliencia de la edificaciones ya que pueden explotar y el agua puede pasar. O sea, se sacrifica el primer piso, pero el resto de la estructura sobrevive.

En el futuro, los desarrollos frente a la playa deberían incluir tales componentes, añadió.

“Toda construcción costera debe asumir que habrá inundaciones”, dijo Watlington.

Pero para los legisladores, incluso estas regulaciones simples y directas, a menudo son difíciles de promover.

“Creo que los huracanes que hemos sufrido nos llevarían a estar entre las comunidades más progresistas, pero la falta de educación científica en la población podría dificultar que los políticos justifiquen gastar una gran cantidad de dinero para [atender] el cambio climático”, Watlington explicó.

Añadió que en el pasado, gran parte del impulso por reformas ha venido de personas de afuera.

“Muchos residentes de las Islas Vírgenes no saben cuán hermosos son algunos lugares”, dijo. “Así que muchas veces, encuentras que las personas que defienden el medio ambiente son extranjeros”.

Por bien intencionados y cualificados que sean, sus esfuerzos pueden tener efectos contraproducentes.

“Si parece que un grupo extranjero está entrando y evitando que el local consiga un trabajo, eso no funciona”, Watlington explicó.

¿Alguna solución?

“Educación”, aseguró.

Responsabilidad

Otros residentes destacaron la importancia de la responsabilidad de cada persona en la preparación para las tormentas y otros efectos del cambio climático.

Foto por Freeman Rogers

Las colonias de EE UU enfrentan innumerables desventajas relacionadas con el monitoreo, la acción y la financiación del cambio climático. Aunque se encuentran entre las jurisdicciones más dependientes del océano en los EE UU, están excluidas de la Oficina de Economía Costera de la NOAA y sus datos no se recogen en el National Ocean Watch que actualmente cubre los 30 estados costeros de los EE UU.

John Macy, un capitán jubilado en Santa Cruz y a quien le conocen como “Big Beard”, dijo que estaba sorprendido por la poca gente que parecía recordar la destrucción causada por el huracán Hugo en 1989.

“Cuando una isla queda destruida, sin electricidad, y cientos o miles de personas se pelean por un generador, ¿no aprendiste antes esa lección?”, manifestó, mientras recordó que compró un generador doméstico después del huracán Marilyn en 1995. “¿Por qué no tener un generador y una reserva de gasolina y estar listo?”

Con Hugo en mente, Macy añadió que tomó medidas para proteger su casa antes de Irma y María, llegando incluso a amarrar su techo. En cuanto a los dos barcos propiedad de su compañía, Big Beard’s Adventure Tours, cada uno fue asegurado con 14 anclas en el área de Salt River, que está protegida por manglares y otros elementos naturales.

Los preparativos funcionaron: su casa y los barcos sobrevivieron con daños mínimos.

José “Borah” Joseph, un artista de Santa Cruz, espera que las tormentas cambien la actitud en su isla.

“Creo que el huracán hizo un buen trabajo”, dijo Joseph una tarde de diciembre mientras cocinaba la cena en una fogata frente a su casa en Grove Place, que no había tenido electricidad desde María.

“Como estaban las cosas en el lugar, [el huracán María] nos abrió los ojos y nos mostró lo que necesitamos para enderezarnos, prepararnos y arreglar las cosas”, opinó Joseph.

De vuelta en St. John, un pequeño edificio en piedra cerca al mar en Cinnamon Bay. estuvo por más de 300 años.

Durante Irma, las olas que azotaron la playa erosionada demolieron la estructura histórica, que había servido como un museo de artefactos arqueológicos hallados en el parque nacional que ahora ocupa aproximadamente dos terceras partes de St. John.

“Puedo verlo desde mi terraza”, dijo Rafe Boulon, un ex científico del Parque Nacional de Islas Vírgenes que creció en la isla. “Lo noté en cinco minutos después de salir de mi casa arrastrándome tras Irma. Realmente es una pérdida para nuestra isla, para la historia y nuestros recursos culturales”.

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