Para la pediatra Gredia Huerta Montañez, la comunidad médica de Puerto Rico se esfuerza por generar y difundir información sobre el tema del calor extremo cada vez más presente en la vida cotidiana del País y aseguró que esta información ya forma parte del proceso de formación de médicos.
Sin embargo, abogó por un esfuerzo unificado y consistente para educar sobre cómo adaptar los estilos de vida para proteger la salud ante la crisis climática a largo plazo. Sugirió para esta gestión de educación a los proveedores de servicios de salud primarios, a las escuelas, los medios de comunicación y agencias públicas como el Departamento de Salud.
“Es difícil cambiar el estilo de vida cuando estamos lidiando con sobrevivencia”, destacó Huerta Montañez al mencionar el contexto de inseguridad energética y económica que vive Puerto Rico.
La doctora en medicina sugirió que el objetivo debe ser “transmitir el mensaje de una manera entendible y aplicable a las personas en sus comunidades” que recoja las particularidades de cada área, en el que se comuniquen los riesgos y las alternativas al momento y a largo plazo para que los residentes puedan prepararse y autogestionarse.
Las olas de calor se agudizan cada vez más, así como su impacto en el ambiente y en la salud coincidieron la investigadora Lizbeth Dávila Santiago, la pediatra Huerta Montañez y el paramédico Andrés Pérez, quienes conversaron este viernes en un panel durante el Caribe Fest 2024, organizado por el Centro de Periodismo Investigativo en el Museo de Arte Contemporáneo en Santurce.
Los expertos hablaron sobre las condiciones ambientales que ponen en riesgo a las poblaciones más vulnerables y lo que falta alcanzar para lograr la adaptación de los estilos de vida individuales y comunitarios de cara al futuro.
En el contexto caribeño las condiciones de calor se mezclan con las de humedad generando índices de calor que cada vez son más intensos. En Puerto Rico, la población experimenta desde casos de deshidratación, sofocones y posiblemente golpes de calor (heat strokes) o síntomas como taquicardia, explicó Pérez, quien es paramédico en la zona metropolitana.
Relató que, durante los últimos cinco años, las poblaciones que ha visto más afectadas por exposición al calor han sido: Pacientes en hogares de cuidado prolongado necesitando asistencia por deshidratación, entre ellos encamados que no siempre cuentan con aires acondicionados; trabajadores que laboran expuestos al sol y niños y ancianos que son quienes más llegan a la sala de emergencia para recibir atención médica.
Precisó que este año comenzaron a ver casos a mediados de marzo, mientras que el año pasado, en abril.
“Es bien importante atacar lo que son las olas de calor porque ese es el problema urgente en este momento para poder mitigar el sufrimiento humano”, dijo por su parte la microbióloga Dávila Santiago. Sin embargo, instó a que la mirada sea puesta en un plan que adapte las ciudades y vecindarios mediante la reforestación para que los eventos de calor sean menos hostiles.
“No queremos quedarnos toda la vida atendiendo el sufrimiento humano por las olas de calor”, insistió Dávila Santiago. “Un abanico no te provee una protección”, dijo al cuestionar cuáles son las opciones reales de la población que no puede costear otros recursos para protegerse del calor extremo.
Ambas científicas destacaron que la calidad del aire se ve especialmente afectada durante eventos de calor extremo por la propagación de patógenos — microorganismos y hongos que comienzan a ocupar lugares que antes no ocupaban — además del aumento en la concentración de toxinas en el ambiente.
“Estamos viendo que las olas de calor son mortales en otros lugares, lugares que no necesariamente son nuestros espacios geográficos. Hace falta estudiar y entender cómo las olas de calor funcionan aquí. Creo que además de lo que ya sabemos, [hace falta] mucha investigación” enfocada en el Caribe, enfatizó.
“Tenemos la tasa más alta de asma infantil de todos los Estados Unidos, tenemos una población con las tasas más altas de partos prematuros, obesidad infantil en preescolares; el 33% recibe algún tipo de educación especial”, el más alto de Estados Unidos, destacó. Ante este panorama de salud pública de una población infantil cada vez más reducida, la pediatra cuestiona cuál es el capital humano de Puerto Rico para el futuro y cómo se está protegiendo a las próximas generaciones frente a la crisis climática.
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