Periodismo para humanizar

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En un país flagelado por la violencia del narcotráfico, “¿Cómo hacer que la gente no se acostumbre (a la violencia) y mantener viva la indignación y la esperanza de que esto puede ser cambiado?”.

Esa fue la pregunta a la que se enfrentó la periodista Marcela Turati y un grupo de colegas en México, tras la violencia que desató la declaración de la “guerra contra el narcotráfico” que decretó el presidente Felipe Calderón en 2006.

Esa guerra, que continúa, provocó tal violencia que ese sexenio fue llamado “el sexenio de los muertos”, contó Turati durante su conferencia “Los desafíos del narcotráfico para periodistas y civiles: atrapados en el fuego cruzado”, celebrada el jueves 5 de septiembre en el Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR).

El número oficial de muertes durante el periodo aludido es de 70,000. Pero Turati, quien dijo desconfiar de las estadísticas oficiales, habló de alrededor de 100,000 muertes relacionadas al narcotráfico desde el 2006. La cantidad de desaparecidos se eleva a 27,000, “una crisis humanitaria”. Se cuentan también entre 300,000 y 1 millón de desplazados, pero no se tiene constancia del número de huérfanos, viudas y heridos, dijo.

Los números: la mitad de la historia

Esos números ayudan a tener una idea de la proporción del problema de la violencia. Mas no dicen nada sobre el contexto en el que se ocurren las muertes, ni sobre las vidas de las víctimas y sus allegados, ni de la condición de los espacios donde se ejecutó la violencia o de cómo quedaron después esos lugares. Simplemente relatan una parte de la situación, pero no ayudan a comprenderla.

Por eso Turati considera que los periodistas deben cubrir el narcotráfico desde lo social y lo político, no solo desde lo policíaco.

“Al inicio lo que se hacía (en México) era este conteo diario de los muertos que llamaron el ejecutómetro. Esta estadística diaria de los muertos, de los ejecutados, era como un marcador de guerra”. De esta manera, recordó Turati, “la deshumanización se fue asentando”.

En Puerto Rico la situación no es muy distinta. Predomina el conteo estadístico y la nota policiaca de enfoque en el procedimiento burocrático judicial, la entrevista a policías, abogados y fuentes oficiales, el primer plano del acusado saliendo del cuartel esposado… Esta situación la comentó el profesor de Justicia Criminal Gary Gutiérrez en 80 grados, donde explicó:

“Cuando los medios de comunicación en Puerto Rico hablan de ‘criminalidad’, en realidad se refieren al número de muertes violentas en comparación con los datos del pasado año para la misma fecha. Lo que de por sí es una forma muy simplista de medir unas situaciones tan complejas como la desviación, la criminalidad o la violencia social”.

Otro paralelismo entre México y Puerto Rico es la respuesta del Estado, con su combinación de una política de “mano dura” y el discurso oficial que despacha las muertes como bajas colaterales. Los mexicanos han escuchado el mismo estribillo infame de que las víctimas de la lucha por el narcotráfico “se matan entre ellos”, nosotros también.

“Aquí, al igual que en nuestro país, y creo que en toda Latinoamérica, hay una epidemia de asesinatos de jóvenes. Es un fenómeno de juvenicidio y se está matando una generación entera. Víctima y victimario tiene la misma edad”, observó Turati.

El mismo problema lo identifica el historiador Carlos Pabón, en un artículo “durante las últimas décadas ha habido en Puerto Rico un aumento impresionante en los asesinatos, particularmente de jóvenes. Sin embargo, este fenómeno de violencia social no ha logrado articularse como un problema político; por el contrario, parece haberse naturalizado e invisibilizado”. Esto nos ha llevado, según Pabón, a una “guerra social invisible”.

Todo esto hace evidente que la pregunta de Turati para los periodistas es una que requiere de respuesta urgente, ¿Cómo hacer que la gente no se acostumbre?, que también puede traducirse en ¿Cómo visibilizar efectivamente la violencia? Esta tarea fue descrita por Turati, apropiándose de una frase del periodista polaco Ryszard Kapuściński, como una “lucha contra el silencio”.

Otro invitado a la conferencia auspiciada por el Centro de Periodismo Investigativo fue el periodista Óscar Martínez, del periódico digital El Faro de El Salvador, quien cree que los periodistas no han sabido explicar en qué consiste su oficio.

“Nuestro oficio no se trata de cercar gente sin camisa y con tatuajes en las delegaciones policiales, nuestro oficio no se trata de ir con la grabadora a la boca de una persona para que diga si es culpable o no, dos horas después de que lo han agarrado, y de filmar cómo botan la puerta de una casa y sacan a un muchacho, que no conocés ni entendés, de los pelos y se lo llevan a una delegación policiaca. Nuestro oficio consiste en entender de una forma tan profunda que nos atrevamos a explicárselo a otras personas”, dijo Martínez.

Siendo así, el modelo tradicional del periodismo que contesta las preguntas básicas con las que se construye la noticia: qué, quién, dónde, cuándo, cómo y por qué, se desgastó para los periodistas que enfrentan situaciones extremas. A estas preguntas, según Martínez, habría que añadirle otra: “y a mí qué”.  Por eso, Turati explicó que la violencia en México los obligó a darle otra dimensión a las narraciones. “Hubo que buscar recursos narrativos”.

Esto se puede apreciar en su trabajo para la revista Proceso y en la compilación de crónicas Entre las Cenizas, donde participa Turati junto a un grupo de 11 periodistas que se han convertido, en palabras de la periodista, “en corresponsales de guerra sin haber salido de su tierra”. En esas crónicas se refleja otro comentario que lanzó Turati durante su conferencia: que ella y sus colegas “rompieron las barreras de lo que está permitido o no a los periodistas”.

La violencia trastoca la vida y el lenguaje

Además de recurrir a una narrativa alterna a la del periodismo tradicional, varios periodistas latinoamericanos quitaron el foco de la “crónica de horror” y se concentraron en “historias de resistencia” para así combatir la deshumanización que, una vez se asentó en la vida cotidiana, según Turati, se asentó también en el lenguaje: “Por ejemplo, pronto surgió el verbo sicariar, a los asesinados se les empezó a decir ejecutados y las variaciones de los asesinatos fueron múltiples. Ya se les llamó los enlonados, los encajuelados, encobijados, los disueltos (los que eran disueltos en ácido) y a las fosas comunes se les rebautizó como narcofosas”.

Otro lenguaje trastocado por el alto nivel de la violencia ha sido el lenguaje jurídico, el cual, a juicio de la periodista, se ha quedado sin conceptos para abordar los problemas desatados por la guerra contra el narcotráfico.

“Ha sido muy difícil catalogar la guerra mexicana como guerra. Hay desplazados, hay desaparecidos, hay huérfanos, hay heridos, hay mutilados, hay todo lo que hay en una guerra pero… no se llama guerra. Y las desapariciones también han sido muy difíciles para el comité de desapariciones forzadas de la ONU, porque no se dan en dictadura, se dan en democracia, y porque no las comete aparentemente el Estado, aunque hay muchas que sí y eso también se está tratando de investigar”, dijo.

“El trabajo ha sido arduo y me pregunto muchas veces cómo lograr que el muerto cien o el 10 mil o el 100 mil sigan interesando, cómo hacer que la gente no se acostumbre a que en ciudades como en Juárez se colapse la morgue porque reciben al día tantos cadáveres, cómo lograr mantener viva la indignación del lector en casa y la esperanza de que las cosas pueden ser cambiadas y, también, cómo te limpias tu el alma de tanto horror que estas reportando”, comentó Turati.

¿Por qué seguir reportando, cuál es el sentido?

“Lo único que tiene sentido por el oficio que nosotros hacemos en esas zonas de desgracia y de impotencia, es hacer que los que lo hacen (la violencia), y hacer que los que lo permiten, se les sea más difícil seguirlo haciendo. Es el único sentido que se le puede encontrar, creo yo, a este trabajo. Los cambios que el periodismo genera en zonas de conflicto y en zonas acostumbradas a vivir en la violencia son cambios a un ritmo inmoral, insoportables. Pero yo creo que este oficio es bien importante y creo que al final cambia cosas, y creo que de eso no nos podemos olvidar nunca, porque el día que nos olvidemos de eso yo creo que pierde sentido”, destacó Martínez.

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